Los medios de comunicación hablan de este síndrome por activa y por pasiva. Y es que afecta a un 10% de los adultos que vuelven al trabajo después de un período de vacaciones. Volver a la rutina nos cuesta y sufrimos síntomas como ansiedad, tristeza, pero sobre todo lo que sentimos es cansancio, apatía, falta de concentración y somnolencia.
Ocurre en septiembre, tras la finalización de las vacaciones de verano. Aun así, debe saberse que no está aceptado como un trastorno; se habla de síndrome posvacacional cuando coloquialmente nos referimos a las dificultades y al proceso de adaptarse a la vida activa.
Ansiedad, la depresión leve, un bajo rendimiento laboral o académico y la desmotivación.
Puede ocurrir por varios motivos que tienen que ver con características individuales o situacionales.
El cambio de ritmo es el principal activador, aunque también afectan el tipo de vacaciones y la motivación. Nuestros cerebros hacen lo que pueden para adaptarse a los cambios, por lo que, cuando intentamos forzar la química del cerebro con cambios repentinos, nuestro cuerpo reacciona. Siempre es más fácil pasar de un estado de trabajo a uno de ocio que a la inversa.
Otros factores pueden ser propios del tipo de vacaciones que hayamos tenido, como el jet lag, su duración, si han sido de mucha actividad o, por el contrario, de desconexión completa. Todo esto puede hacer que estemos más cansados o que la vuelta suponga un choque mayor con nuestro día a día.
La motivación tiene mucho que ver: el hecho de si nos gusta o no lo que nos espera a nuestro regreso hace que comparemos lo que teníamos mientras estábamos de vacaciones con lo que tenemos ahora.
Para que el cambio no sea tan brusco es conveniente no volver de vacaciones la noche antes de empezar a trabajar, reducir el consumo de alcohol los días previos al regreso e ir acostumbrado el cuerpo a los horarios de sueño y de la rutina.