Cuando el jefe de un gobierno visita a un jefe del Estado "en son de paz", como declaró a la prensa Artur Mas el pasado diecisiete en La Zarzuela, donde le esperaba el Rey Felipe VI, es que su gobierno está en guerra.
Y lo impropio es que el Rey reciba al enemigo y sólo se limite a pedirle que reflexione y no se precipite... Y es que los que hoy gobiernan Cataluña no lo pueden decir más claro. Romeva manifiesta que “si el Estado bloquea jurídicamente nuestras decisiones, procederemos igualmente a la independencia, vamos a por todas, ya no tenemos margen”, mientras que Francesco Homs, consejero de Presidencia, va más lejos y afirma que "no podemos aceptar la legalidad española". Y estas manifestaciones se realizan a la vez que su jefe, Artur Mas, despacha con el jefe del Estado español.
Nunca olvidaremos los disparates que un presidente como Rodríguez Zapatero ha promovido en nuestro país. Aparte de otras ocurrencias fruto de la levedad del personaje, en noviembre del 2003 durante un mitin en el Palau de Sant Jordi prometió, ante casi 20.000 personas, apoyar la reforma del estatuto que aprobara el parlamento catalán. Y abrió la puerta a lo que hoy nadie sabe cómo parar. La secesión de un territorio tan importante como Cataluña, que ya tiene planeada su desconexión del estado español. Y que según todos los pronunciamientos, se producirá a partir del resultado de las elecciones autonómicas que se celebrarán en septiembre.
Hace doce años, el único personaje que podía haberle parado los pies a Rodríguez Zapatero era el Rey de España, Juan Carlos de Borbón, que la historia certifica que paró el golpe del 23-F, y que gracias a ese detalle los socialistas de Felipe González ganaron por primera vez por mayoría absoluta y empezaron a pisar moqueta en todas las instituciones. Y durante catorce años seguidos fueron los reyes del mambo hasta que la corrupción les hizo perder las elecciones del 96 que ganó el PP de José María Aznar.
Pues bien, nuestro jefe del Estado no estaba para frenar las ocurrencias de Zapatero y advertirle de que con su actitud abría la puerta a la secesión de Cataluña. Nuestro monarca estaba en que quería un nuevo yate, en sus cacerías, en sus escarceos con señoras de postín, en sus negocios y amasando una inmensa fortuna a base de comisiones por petróleo y otras gestiones. Y ahora, pasados doce años, nos encontramos con un presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, que anda visiblemente noqueado por los casos de corrupción en su partido, y no parece muy acertado en cómo parar en seco el secesionismo que nos anuncian para dentro de unos meses.
Está muy claro que al resto de los españoles que no vivimos en Cataluña nos parece un disparate. Pero para comprender qué sucede hay que conocer a la élite corrupta de esa región, que durante cuarenta años se ha enriquecido a base de comisiones a la Generalitat, a los Pujol y a quien fuera menester. Ahora necesitan una justicia independiente de Madrid para no dar con sus huesos en la cárcel. Los Pujol, Artur Mas y todos los corruptos necesitan la independencia porque les va el ingreso en la cárcel cuando se levante la alfombra.
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