Un estudio americano llevado a cabo en un restaurante italiano demostró que las personas que comían con tenedores más grandes, comían menos que aquellas que lo hacían con tenedores más pequeños. Quienes utilizaban tenedores más grandes, cogían porciones más pequeñas y viceversa. Los teóricos llegaron a la conclusión de que, al comer con utensilios más grandes, las personas sentían que comían más comida, pero realmente comían menos.
Otro estudio llevado a cabo por científicos reveló, aunque no se sabe concretamente el porqué, que las personas que comían de platos azules, comían menos que otras que comían de platos de otros colores.
Por otro lado, siguiendo el estudio del color de los platos, se llegó a la conclusión de que la clave es el contraste. Según las investigaciones que se llevaron a cabo, los platos que contrastan con el color de tu comida te ayudan a controlar la porción que sirves en tu plato. Un plato blanco, por ejemplo, camuflaría la cantidad de pollo a la plancha con puré de patata, puesto que son colores muy similares, y quizá estés sirviendo en tu plato más cantidad de la que realmente quieres. Claro que, si nos ponemos a pensar…necesitaríamos un plato rojo para las ensaladas, uno azul para servirnos carne, otro para pasta… ¿de qué color? Porque con cada salsa…En fin, ¡no sé si sería mejor el remedio o la enfermedad!
Seguimos con los platos, pero ahora lo que importa es el tamaño. Aquel refrán de “burro grande, ande o no ande” no nos sirve. Los científicos han comprobado que, sirviendo la misma porción en dos platos de diferentes tamaños, aquellas personas que comían en platos más pequeños comían menos que las que lo hacían en otros más grandes. La hipótesis de este estudio fue que, al utilizar un plato más pequeño (aunque la cantidad sea la misma), nuestra percepción es que el plato está lleno, por lo que nuestra mente cree que hay más comida frente a nosotros que si comemos en un plato más grande.
Por último, el más sencillo y menos costoso de los trucos. Los expertos recomiendan que, para comer, elijamos un espacio despejado, preferiblemente una mesa (nada de comer en el sofá), y sin distracciones (¡guarda ese smartphone!). El motivo es que, si estás comiendo rápidamente en la oficina mientras mandas emails, o sobre una mesa pero haciendo cosas con el teléfono, no puedes concentrarte en la cantidad de comida que ingieres. Si te concentras solamente en comer, tu cerebro prestará atención a este acto únicamente, y te avisará cuando estés llena. De otro modo, comerás rápido y más de la cuenta probablemente.
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